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Bendición e inauguración de la Casa sacerdotal papa Francisco

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24 de marzo de 2018

ALOCUCIÓN DE MONSEÑOR RAFAEL COTRINO BADILLO

Una de las tareas más importantes y a la vez más difíciles y complejas para una persona creyente es aprender a mirar la vida con los ojos de la fe, es decir, no solo descubrir la obra permanente de Dios en la vida sino también discernir su voluntad, que se concretiza en una vocación-misión que a cada uno nos regala, que a cada uno nos impone. La realización de esta obra, la Casa Papa Francisco, es para mí el cumplimiento de un sueño que nace desde cuando siendo laico tuve que acompañar ─junto con otros fieles─ la enfermedad y la vejez de nuestro párroco el padre Francisco Cortés Ayala. Este hombre bueno, trabajador, vencido por los años y por una cruel enfermedad, experimentó la soledad y la ingratitud de su familia y de la Iglesia, realidad que siempre me cuestionó, quedó en los últimos años de su vida bajo el cuidado de una buena mujer y su hija y de sus fieles de la parroquia de san Miguel, especialmente de los jóvenes que tanto lo queríamos. Mi camino vocacional nace y es acompañado por sacerdotes mayores, hoy todos en la casa del padre, son ellos: monseñor Agustín Gutiérrez Jiménez, Francisco Cortés Ayala, José Ramón Sabogal Guevara, Víctor Torres y Siervo de Jesús Cruz. A ellos eterna gratitud.

También el Señor me regaló la oportunidad de acompañar hasta los últimos instantes de su vida al cardenal Mario Revollo Bravo ─quien me ordenó sacerdote─ y tener hoy a mi cuidado la ancianidad del cardenal Pedro Rubiano Sáenz. Dios me ha regalado la oportunidad de sentirme siempre impulsado y animado a servir a mis hermanos sacerdotes, a todos, a los mayores, a los enfermos; desde la dirección de la caja de auxilios para el clero orientar la realización de tantos programas a favor de la salud y el bienestar de todos los sacerdotes afiliados y llevar a feliz término la construcción de esta casa que es bendecida hoy por nuestro arzobispo, el cardenal Rubén Salazar Gómez, en víspera de un aniversario más de su ordenación episcopal.

Hoy es un día para dar gracias. Gracias a Dios nuestro Padre que en su Hijo Jesucristo ─el buen samaritano─ nos enseña que todos los días no podemos pasar de largo frente al hermano que lo necesita y detenernos ante él para poder como el buen samaritano, tener entrañas de misericordia; gracias al Señor Jesús que quiso formar una comunidad con sus apóstoles y nos enseñó la fraternidad y la comunión, que es una opción por el otro, que nos lleva a compartir, a acompañar, a caminar juntos animados siempre por el amor; gracias a don Álvaro Murcia Uribe, quien por el peso de los años no nos puede acompañar hoy y se hace presente por medio de su hijo Carlos y sus nietos, hombre sensible a los pobres, tanto que en esta casa queda una oficina destinada para que su familia continúe con la acción caritativa que él por tantos años ejerció en esta comunidad, hombre cercano a los sacerdotes que soñó siempre con una casa para los presbíteros mayores y nos donó el lote de su casa paterna; gracias al Señor arzobispo, que me encargó el dirigir la Caja de Auxilios para el Clero, quien apoyó siempre este proyecto, estuvo presente en el diseño arquitectónico y en el desarrollo de su obra y, como presidente de la junta directiva de la Fundación para la solidaridad “el Buen Samaritano”, nos facilitó todos los recursos económicos para la construcción; gracias a la junta directiva de la Caja, cuyos miembros laicos están hoy con nosotros, que aprobó este proyecto y lo apoyó, gratitud que extiendo a los empleados de la Caja; gracias a todo el equipo de trabajo del consorcio Casa de Anapoima, orientado por Luis Fernando González, ingeniero, y su hermano Germán, arquitecto, por los ingenieros y arquitectos residentes que están aquí presentes, por todos los contratistas y obreros; gracias a Katherine y a David de nuestra oficina de planeación de la Arquidiócesis, por su empeño, por su trabajo, sobre todo por el cariño y la generosidad que han colocado y por las tantas horas y horas de trabajo que han regalado; gracias a los sacerdotes, a las parroquias, a los fieles laicos que nos han donado para la dotación de esta casa, espero que esa generosidad nos acompañe para poderla sostener.

En la tarea de construir un presbiterio cada día más fraterno, más unido, donde nos preocupemos en compartir con los más necesitados, hemos dado un paso en un caminar en el que no nos podemos detener, como nos ha invitado el papa Francisco en su reciente visita apostólica “dar el siguiente paso”. Hemos dado pasos importantes: el proyecto de la parroquia hermana, el fondo de solidaridad a favor de las parroquias de los sectores de la periferia de la ciudad, las comunidades de vida sacerdotal, los eventos y reuniones que realizamos y la construcción de esta casa de acogida sacerdotal, con el firme propósito de poder construir una en la ciudad de Bogotá. Si mi vocación sacerdotal nace del testimonio de la vida de unos sacerdotes mayores, porque así lo quiso Dios, el trabajo que he realizado en favor de ellos es solo un devolver lo recibido y una manera de dar gracias a Dios por haber colocado estos santos hombres en el camino de mi vida sacerdotal. Que Dios siga bendiciendo y haciendo prósperas siempre las obras de nuestras manos. Gracias a todos.

 

ALOCUCIÓN DEL SEÑOR CARDENAL RUBÉN SALAZAR GÓMEZ

Para un obispo, la tarea más importante es la de cuidar de los sacerdotes, porque los sacerdotes son las personas que tienen el cuidado directo del pueblo de Dios. El obispo debe estar, como el padre de la familia, cuidando que ellos tengan todo lo necesario para estar bien. Y, por eso, la tarea más importante del Obispo es, lo que llamamos nosotros, la formación permanente de los sacerdotes, que se entiende no simplemente como el facilitarles cursos, encuentros, momentos de crecimiento intelectual sino también preocuparse para que a lo largo de todo el proceso de su existencia puedan estar bien, buscar siempre el bienestar del sacerdote. Y una de las etapas más complejas en la vida de una persona y especialmente en la vida de un sacerdote es la ancianidad (yo ya la estoy experimentando), la ancianidad es indudablemente un período difícil, porque se ha gastado la vida en servicio de los demás, se la ha gastado minuto a minuto, no nos hemos ahorrado ningún esfuerzo, ninguna lucha. No, nos hemos entregado con generosidad, todos los sacerdotes todos los días se entregan con una generosidad impresionante a ese servicio del pueblo de Dios. Llega la ancianidad, cuando ya las fuerzas empiezan a faltar, cuando ya la enfermedad empieza a hacer presencia permanente, cuando se sufre más que en muchos otros momentos la ancianidad y por lo tanto es fundamental el que el obispo pueda ofrecerles a estos sacerdotes toda la comodidad para que estén bien, para que puedan estar bien.

En la Arquidiócesis de Bogotá hemos estado intentando desde hace mucho tiempo el tener una buena casa para los sacerdotes mayores. En la ciudad todavía no hemos podido despegar, estamos a punto de hacerlo, pero todavía faltan varios elementos importantes para poder empezar la construcción de la casa sacerdotal en Bogotá. Pero, con la generosidad de la familia Murcia tuvimos esta oportunidad de construir una casa aquí en Anapoima. Esta casa tiene varios sentidos importantes, porque nos ayuda a tomar conciencia de que, si nos unimos, si unimos esfuerzos, si unimos “ganas”, vamos a poder lograr lo que queremos. Esta casa fue, como lo acaba de indicar monseñor Rafael Cotrino, el fruto del esfuerzo de muchas personas, de muchas personas, y fue, precisamente él quien se encargó de coordinar todos esos esfuerzos para que pudiera hacerse realidad. Hoy la podemos bendecir, la podemos entregar al presbiterio de Bogotá con alegría, sintiendo verdaderamente que el Señor nos ha conducido, nos ha acompañado a lo largo de todo este proceso y que nos acompañará en la construcción de la casa en Bogotá. Pero también es importante que la primera casa que tenga el presbiterio de Bogotá sea fuera de Bogotá, y sea en un clima más amable; aquí estamos apenas 730 metros sobre el nivel del mar, no “2600 metros más cerca de las estrellas” y eso facilita el que ya se pueda respirar mejor, el que se pueda tener a veces condiciones un poquito más fáciles de salud, y es importante también tener esa posibilidad, tener esa alternativa. En Bogotá, si Dios lo permite, pronto vamos a poder tener nuestra casa, pero aquí ya la tenemos. Y aquí están todos invitados, los sacerdotes de Bogotá, para poder gozar, disfrutar de esta casa que el Señor nos ha regalado. Demos gracias al Señor por esta posibilidad que él nos da y aprovechémosla, aprovechémosla. Que todo el presbiterio sepa que aquí es siempre bien acogido. Muchas gracias a todos por esta presencia en este momento importante de bendecir y de inaugurar esta casa sacerdotal en Anapoima. Muchas gracias.